Social Icons

domingo, 16 de enero de 2011

EL ANGEL DE LA MUERTE

CAPÍTULO UNO

La bruma se aferraba a mis entrañas como una mano esquelética, viva imágen de la parca que se atenazaba con apaziguarme, mis huesos estaban machacados y el sudor entraba por mis ojos nublándome la visión y esos malditos seres no paraban de surgir de entre las sombras del moviliario... mis movimientos eran rápidos, directos y mortaces danzarines acompañados de mis fieles cuchillas, el sabor de la sangre me mantenía en rigor, el sabor de mi propia sangre. Mi aventura y osadía me habían conducido al extraño mundo infernal, pero pues... remontémonos unos días antes... La luna avanzaba en lo alto del oscuro cielo iluminándo mi alcoba dándo aquel aspecto fantasmagórico que tanto me gustaba y me calmaba las entrañas desde que mi cuerpo es un muerto andante, los libros apoquinados encima del escritorio eran simples testigos de mi demora en proceder al letargo, libros que delataban oscuras páginas en su interior, cubirtas oscuras de textura aterciopelada con ligeros adornos que dibujaba símbolos antiguos y/o rústicos, planos con una caligrafía curva perfectamente cuadrículada que marcaba seguridad del que había escrito en ellos. La cubierta del ataúd se abrió con un leve sonido chirriante de madera gastada, del interior surgió mi cuerpo y el baño de luz de luna fue agradecido con mi saludo a ésta, mis labios sonrosados a pesar de la limitación de vida, dibujarón una sonrisa, mis ojos aún cerrados se abrierón dejándo la vista en un sólo punto de la habitación, aquel escritorio y el tesoro esparcido. Mis oídos me permitierón recibir las voces de mis hermanos y de mis padres hablándo como cada noche justo en el piso bajo mis pies mientras mi cuerpo se adaptaba una vez más al movimiento. Me puse en pie, miré la luna con mi semblante ahora serio y pensativo, caminé desnuda hasta abrir las puertas que conducían a la balconera, sentir el frescor de la piedra húmeda del rocio de la noche me hacia gozar, apoyar mis manos en el umbral y fijar la mirada a la luna "Eternas lunas, diosa de la oscuridad" dije para mis pensamientos, y a medida que mi mente quedaba nuevamente en silencio, algo me obstruyó mi visión, su cuerpo del color de las sombras, sus ojos cual fuego e intensos, pero fríos y calculadores, sus cabellos ocultos por su típica capucha negra pero que ya conocía muy bien. Aquel ser me abrazó como cualquier otra noche, y al percatarse de mi desnudez me cubrió con sus alas negras mientras sus brazos me rodeaban con pasión, sus labios buscarón los míos sedientos de mí, ésta vez me rodeaba con un brazo mientras que con su otra mano me acariciaba la mejilla en un cálido beso, adoraba sentirle de aquella manera, XXDIABOLOXXX a pesar de su raza era dulce y apasionado conmigo, nuestro primer contacto tubo lugar en una batalla tan lejana que ni los propios sobrevivientes recordámos el motivo o causa de dicha batalla, tan sólo el recuerdo vaga en nuestra materia gris. Aquella noche, XXDIABOLOXXX vino a traerme malas noticias, maldecí haber abierto una vez más los ojos al reino vampírico al escuchar su tarea, maldecí su raza, pero no con ello conseguí apazigüar su empeño, debía viajar al mismo infierno con los de su propia especie a luchar contra los semi dioses oscuros, me tomó de la mano, sus labios esbozó una sonrisa que escondía preocupación y miedo porque no lograba saber si alguna vez más me volvería a ver, le abrazé con todas mis fuerzas... Hubiese deseado unirme a su milicia, pero me negó rotundamente que llevase a cabo mi locura seguido de silenciar mis protestas con sus labios, tomándome y alzándome en sus brazos me condujo al interior de la alcoba y dejó que mi cuerpo cayera reposadamente en uno de los sillones y luego colocándose y encajándo sobre mí lentamente, se despojó de su capucha y con sus alas ocultó a las sombras espías de aquel fantástico encuentro que sólo él sabía otorgárme. Aún con el calor de su cuerpo en mi interior, con sus ojos aún en mi mente cuando su cuerpo desvaneció entre la oscuridad de la noche, verle marchar fue lo más doloroso que tube que soportar, como si una espada ardiente me atravesara las tripas y me retorciese de dolor, pero me grabé su imágen al desaparecer en mi mente como un tesoro que encuentras cuando de pequeños jugábamos con papá y éste nos dibujaba un mapa del tesoro del lugar donde escondió nuestro regalos de cumpleaños y cuando descubrimos nuestro tesoro lo guardámos con ese empeño de haber logrado lo imposible. Caminé hasta la mesa de escritorio, tomé mis libros ojeándolos rápidamente... sabía, intuía que a mi amado no lo volvería a ver, aquella imagén que grabé era un agüero... ver su cuerpo difuminarse entre las sombras como un animal que devoráse su cuerpo en un abrazo de muerto me heló la sangre... debía hacerlo, le amaba y mi naturaleza no podía acallar que le dejase morír así sin más, no permitiría jamás otorgar lo que más amo, después de mi familia a la parca sin batallar.... -CONTINUARÁ-