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lunes, 17 de enero de 2011

CAPÍTULO DOS

El reflejo en aquel espejo mostraba un ser diabólico, un fantasma, aquellos ojos se habían tornado fuego por la sangre y el odio que despertaba en mis entrañas, las voces de mi familia alborotados por las constantes visitas a nuestro reinado me permitían moverme en total silencio, había ideado una estrategia y estudiado algo de magia elemental la noche anterior, mi capacidad para memorizar y centrar la sangre en un punto de mi interior concentrándola y hacer de ello una energía tan potente como si de un cañón disparando su gran bola se tratase o un volcán entrándo en erupción, que aquellos libros ya no revelaban ningún secreto para mí y ya lo único que quedaba era salir de allí sin que nadie me viese. Me estaba aún arreglándome los guantes, haciéndolos encajar en mi piel y acomodándolos junto con mis preciosas cuchillas y fieles compañeras de batallas que tantas sangres han sido derramadas por sus hojas y que me permitía mejorar mis ataques directos. Seguía observándo aquel cuerpo que reflejaba, aquel rostro que para mí nunca hubo cavidad pues carecía de ausencia, de vida.... era una simple imágen sin más, escuché a mi hermana Sara discutir animadamente con Rigobertozunig mi hermano menor sobre que debía entrenar y dejar más a un lado su egocentrísmo y su pasión por la moda, que un vampiro a parte de la imágen debía estar preparado para la lucha y oí las réplicas de mi hermano, escuché a mi madre Mairel interponerse entre ambos para tranquilizárles y a mi padre Vheilian reír por la escena entre su familia, era un amor que muchos envidiaban y odiaban, pero aquello era lo que nos hacía ser más poderosos y más unidos. Aquello me llenó de gozo y tranquilidad y al mismo tiempo nostálgia, envidiaba a mi hermana Sara, envidiaba a mi hermana Carmilla e incluso envidiaba a mi hermano Axtrael... los tres grandes guerreros que poseían el poder vampírico capaz de hacerle frente a mi padre, Sara tenía el conocimiento del poder mantra, poderes antíguos de mágia, Carmilla poseía su velocidad y agilidad e incluso podía infundir presencia a sus enemigos, Axtrael era la viva imagén de mi padre, mitad vampiro, mitad lobo capaz de dominar ambas naaturaleza a su antojo y yo, me veía tan inutil, sólo poseía la velocidad y la agilidad en el manejo de armas cortas tales como dagas y/o cuchillas pero incapaz de enfrentarme a la sutileza y la experiencia de mi padre y era por ello que hacía sentirme desterrada como guerrera, una vampira simple carente de poderes.
Cerré los ojos y guardé en mi mente todo lo que mis oídos pudo captar, las voces de mis 8 hermanos, de mis padres, el sonido del exterior, el sonido del estanque de la parte lateral del castillo... Cuando volví a abrir los ojos, eché el último vistazo a aquella imágen que reflejaba y susurré "Bien Rayne, llegó el momento", caminé hasta llegar a la balconera, tomé impulso y salté tras la varandilla de piedra y dejé caer mi cuerpo sintiéndo el rocio en mi cara, aterrizé apoyándome con los pies en tierra firme y mis manos tomándo nuevamente impulso y comenzé a correr sin mirar atrás, permitiéndo que la oscuridad bañase mi cuerpo, tomé velocidad una vez pasé de largo el umbral que daba acceso al reino y me adentré al sendero agilmente esquivando las piedras del terreno y arbustos, flaqueándo los árboles y brincándo para no tropezar con las enredadas raíces con movimientos felinos y la vista fija al horizonte, adelantándome al radio de visión para conocer el camino. Que sensación de libertad sentía al percibir en mi rostro la velocidad de mi cuerpo cruzándo el mismo aire, atravesándolo. Pero quería sentir más, mucho más y desplegué mis alas y monté el cielo procurándo que la luna derramase su brillo por todo mi cuerpo otorgándo un semblante espectral y al mismo tiempo hermoso, pues el sudor de la carrera había salpicado mi piel pequeñas gotas de sudor que al recibir la luz de la luna brillaban como purpurina mientrás mis ojos aclamaban su última visión exteriorizado ya que mi cuerpo debía sumergírse a los confínes del submundo.
A punto estuve de ver los primeros rayos de sol cuando dí con la abertura del submundo, en la cima de una estatua de piedra en la conocida ruinas del círculo de piedras donde en antaño se proclamaban ritos a los oráculos y que ahora sólo eran un montón de piedras que se ubicaban rodeando al titán de piedra y la vegetación guardaba los resquícios y los símbolos rústicos expuestos en el suelo de piedra como si la naturaleza tratase de ocultar la verdad del lugar. Comenzé a escalar la pared de piedra dándo saltos, podía haber llegado con tan sólo volar o dándo un salto magistral pues en mí estaba la habilidad de poder hacerlo, pero no quise hacerlo así, quería que mi cuerpo entrase en movimiento, esforzar mis arterías y musculos para ir preparándolo pues sabía que en cuanto entrase debía estar alerta a lo que se me presentase. Llegué a la cima, me incorporé y eché un vistazo rápido a la gruta que se abría bajo mis pies, el olor a azufre me vino de inmediato y la oscuridad cual azabache penetró en mis ojos, era el momento, tapé mi rostro con una máscara cualificada con púas que ocultaba medio rostro y que era el último item de mi armadura que me quedaba por colocarme y miré por última vez la luna "Eternas lunas, diosa de la oscuridad" pensé y me adentré en la gran boca del suelo del titán de piedra...-CONTINUARÁ-